martes, 23 de junio de 2009

Diseño en la cárcel

Este lunes se presenta en TiendaMalba la línea de objetos de Satorilab, realizados con baja tecnología y descartes por un grupo de mujeres de la cárcel de Ezeiza. Una experiencia social inédita que parte de un trabajo colectivo con beneficios para otro colectivo, sin dudas, más vulnerable.
Mucho se habla últimamente sobre el diseño como herramienta de inclusión social. Experiencias con grupos de artesanos, cooperativas de recicladores urbanos. En la máxima vulnerabilidad: la población carcelaria. Personas estigmatizadas y relegadas (de algún modo más criminalizables que otras por edad, falta de educación) mucho antes de entrar en la situación de encierro que termina de imposibilitar un proyecto a futuro. Cuando, por otro lado, está probado a través de cifras oficiales –y esto es lo más importante– que si estas mismas personas reciben capacitación en un oficio y pueden reinsertarse laboralmente, no reinciden en el delito.

Este lunes, TiendaMalba presenta una nueva línea de objetos realizados con descartes por un grupo de mujeres de la cárcel de Ezeiza. Se trata de una experiencia social inédita para el diseño argentino, llevada adelante por Satorilab, laboratorios de diseño experimental creados por el diseñador industrial Alejandro Sarmiento y nuestra periodista especializada en diseño Luján Cambarière. Siendo nuestra columnista una embanderada de las causas sociales de las que da cuenta en este suplemento, era de esperar que su proyecto personal redoblara la apuesta con una iniciativa de estas dimensiones.

Así, desde mediados de 2008, Satori se encuentra realizando talleres de capacitación y transferencia de diseño en el Instituto Correccional de Mujeres Nº 3 de Ezeiza, dependiente del Servicio Penitenciario Federal. Esta iniciativa se da en el marco de las acciones que lleva adelante el Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos de la Nación, a través de la Subsecretaría de Asuntos Penitenciarios y de la Dirección Nacional de Readaptación Social a cargo de Marcelo Battistessa.

El objetivo primordial del proyecto es capacitar a las reclusas en un oficio, a la manera de Satorilab: con materia prima gratis –Pet y descartes industriales– y baja tecnología. “Dos condiciones fundamentales y de gran potencial teniendo en cuenta que, una vez recuperada la libertad, estas mujeres pueden replicar estas técnicas para la producción de objetos de uso propio o para la venta, sin necesidad de realizar una inversión y logrando un ingreso genuino para ellas y sus familias”, señalan Cambarière y Sarmiento.

Una vez finalizadas las tareas de capacitación, este año comenzó la segunda etapa vinculada con las transferencias de diseños específicos para la producción y comercialización de los productos, proyectados colectivamente en cada uno de los talleres de Satori. De hecho, la capacitación a las internas fue realizada por dos estudiantes participantes de los workshops –Luciana González Franco y Jeremías Wolcan–. Concretamente, comenzaron a fabricar algunos juguetes de la colección La Niñez en Juego como el robot Naturito, con descarte cedido por la empresa de cosmética Natura, apoyo de cada una de sus iniciativas. También el contenedor Dida, fruto del taller y la muestra La Celebración Mitoritohito con desechos donados por la empresa Adidas; y la luminaria Invasura Pet, diseño del propio Sarmiento.

A la hora de encarar el proyecto, cuentan, uno de los primeros planteos fue por qué apoyar a esta población marginal. “Básicamente, porque antes que marginal, fue marginada”, suma Cambarière. Un diagnóstico detalla que “la población penitenciaria federal se encuentra compuesta en su mayoría por personas entre 18 y 34 años de edad, con primario completo, quienes al momento del ingreso se encontraban desocupados, no poseían oficio y/o profesión (el 83 por ciento de las personas al momento de ser detenidas estaban desocupadas o subocupadas. El 51 de los detenidos no contaba al momento de ingresos con ningún oficio o profesión), habitaban en zonas urbanas de la provincia de Buenos Aires y sus condenas promedio son entre los entre 3 a 9 años de duración. Obviamente, en prisión se acentúa la ruptura de los lazos sociales y laborales, y su estigmatización social les hace casi imposible conseguir un empleo. Para Satori la experiencia tiene una connotación muy especial: el reúso de los materiales industriales como metáfora de una nueva oportunidad en la vida. La cultura como factor transformador. “Y sobre todo que una iniciativa que nació de un trabajo colectivo y mancomunado con un grupo de estudiantes pueda ahora servirle a otro colectivo más vulnerable es una cuestión que nos llena de orgullo y satisfacción. Y el mejor cierre de cada uno de nuestros proyectos, que desde el inicio parten de fomentar los vínculos humanos y los valores esenciales de la vida”, concluye la dupla.

ELLAS TIENEN LA PALABRA
Los dos grupos con los que trabajan –el CRD y Adultas Jóvenes– están formados por chicas que rondan los 20 años, la mayoría que ha ingresado por robo o tráfico de drogas, muy pocas tienen educación ni familia que las contiene.

“Yo estoy acá por causa de robo. Tengo 19 años y una nena de un año y cinco meses. Tengo mamá pero a mi papá nunca lo conocí. Por culpa de la droga terminé acá adentro. Si hubiera tenido contención de mi familia nunca hubiera tomado esa decisión. A mí me cuesta mucho porque no estoy acostumbrada a estar rodeada de mujeres. Estoy más acostumbrada a estar con hombres por el tema del robo. El taller de reciclaje me ayuda porque estoy tranquila. Yo suelo ser una persona alterada, pero el taller me relaja. Me encanta hacer las lámparas, tejerlas, preparar todo para empezarlas. Además, nunca en mi vida imaginé que yo iba a poder hacer algo así. Yo no fui a la escuela. Y desconocía que podía tener esta paciencia para hacer estas cosas y sobre todo para aprender”, cuenta J.

V. llegó por tráfico de droga y es de Lituania. Una rubia muy bonita que en su vida imaginó estar tras las rejas y menos de la Argentina. Su meta es que este nuevo saber le permita tener un ingreso para cuando salga. “Yo vine directo del aeropuerto. No conozco Buenos Aires. Todavía no puedo creer estar acá. En mi país vivía con mi mamá, mi hermano y mi perro y ahora estoy acá encerrada. Durante meses no hablé por no saber el idioma. Ser extranjera es aún más difícil, pero después uno se acomoda y yo me hago cargo de lo hecho. ¿Trabajar con descartes? Algo que nunca me hubiera imaginado pero me gusta y entretiene. Me gusta trabajar con las herramientas y ver cómo en poco tiempo algo se transforma de una manera casi mágica. Cómo de basura pueden salir objetos. Realmente algo ingenioso”, remata.

M. es boliviana y también está por tráfico de drogas: “A mí me encanta hacer los robots. Esto en mi país no lo vi nunca, así que una vez que salga espero poder aplicarlo ahí. Es lindo porque son cosas nuevas que uno aprende, que te sorprenden, y sobre todo que te sacan un poco de este encierro”.

LAS PIEZAS

“Dentro de la colección Satorilab se eligieron los productos más adecuados para su transferencia por tratarse de algunas de las piezas más solicitadas con altas posibilidades de comercialización y, sobre todo, de baja complejidad productiva y tecnología, lo que las hace ideal para alguien que no tiene ningún conocimiento”, aclara Sarmiento. Y continúa: “En el caso particular de la luminaria Invasura Pet se trabajó con la transformación de una lámina buscando la forma menos compleja para obtener un producto. Simplemente generando un volumen que pudiera contener una lámpara. Otra característica particular es que la obtención de la materia prima –Pet– es a través de una nueva herramienta de corte que permite obtener una cinta de otras dimensiones reduciendo el tiempo de tejido”, explica. Los otros dos productos de una colección mucho más amplia que esperan poder seguir transfiriendo a estos dos talleres, el robot y el contenedor, demuestran cómo se puede dar nueva vida a un descarte de lo más insólito –maquillaje en un caso y zapatillas falladas destinadas a la destrucción, en otro–.

Todos productos que tienen la carga emotiva que les da su origen mancomunado y que ahora continúan transmitiendo esa impronta en otras manos.