jueves, 1 de julio de 2010

Violencia naturalizada

Si te digo que a un detenido lo mantienen amarrado al piso, atado de piernas y brazos, y con la boca amordazada durante años. ¿Qué sentís? Y si además, para completar el cuadro, quien lo vigila goza cuando lo pisa. ¿Qué opinas?
Es una aberración claramente violatoria de cualquier concepto básico de derechos humanos.
Esa es una escena que consumen nuestros niños cuando ven la película “Kung fu Panda”, naturalizando la violencia dirigida a los “malos”. Crecen asociando la detención al castigo.
¿Qué opinas si sabes que para hacer confesar a un detenido lo torturan, con el consentimiento y silencio de un sacerdote que se retira para no presenciar el nefasto momento? Esta es una práctica que ejercen los “buenos” en la serie de televisión “V”.
En el mismo sentido, José Pablo Feimann recuerda que el protagonista de la serie 24, Jack Bauer, toma dos cables de electricidad y hace sufrir a un tipo para sacarle información.
Estos actos son ilegales según nuestra Constitución Nacional, donde en su artículo 18 establece, entre otras garantías, la prohibición de la coacción física (tortura), para lograr una confesión. También dice: las cárceles son para seguridad y no para castigos de los reos.
En igual sentido, pero en el ámbito internacional, los Tratados sobre Derechos Humanos incorporados a nuestra Carta Magna reconocen las mismas garantías.
Sin embargo, estos casos puntuales que menciono a modo de ejemplo, muestran como en los medios masivos de comunicación la “confesión” bajo tortura, como muchas otras prácticas violentas son lugares comunes.
Asimismo, en la mayoría de las series televisivas se presentan a los personajes como “malos” o “buenos”, por lo cual tendemos a pensar que los roles son rígidos. Es decir, si quien roba es malo, no es una persona vulnerable que comete un delito en un momento específico y por lo cual puede asumir otro rol en el futuro. También, si al que infringe la ley lo pensamos como alguien que es “malo”, lo estigmatizamos en ese lugar, por lo cual tendemos a aislarlo y agudizar aún más su exclusión.
El problema es que estas miradas, por más que pertenezcan a espacios de entretenimiento, inciden en la realidad. Ya que son discursos que circulan y tiñen de una particular subjetividad nuestra manera de interpretar el mundo, llevándonos a naturalizar actitudes aberrantes.
Podemos reflexionar el tema tomando la noción de sentido común en Antonio Gramsci, como “el sentido general, sentimiento o juicio de la humanidad; como un conjunto de creencias que la mayoría de la gente siente que son verdaderas”.
En ese sentido, grupos mayoritarios de la población toman como una verdad naturalizada la idea de que para que confiese a una persona hay que torturarlo y que es normal que se haga sufrir al detenido porque la función de la cárcel es la venganza. ¿Cómo se va a instalar otra mirada si desde niños asimilamos esas prácticas?
La problemática se complejiza porque al consumir estas miradas de la realidad en un espacio de entretenimiento, las tomamos desde un lugar acrítico. Por eso somos más permeables a asimilarlas en nuestro sentido común.
Desde ese punto de vista, tiene más poder de influenciarnos una escena de una serie o un comentario de Susana Gimenez, que una reflexión de Mariano Grondona. Ya que al interpretar el programa de Grondona sabemos que estamos frente a una mirada política con cierta intencionalidad, mientras que el supuesto entretenimiento se muestra como “inocente” y lo vemos relajadamente. Pero esa inocencia también contiene valores e ideologías.
Por suerte la comunicación no es lineal y podemos interpretar críticamente lo que consumimos. Actualmente, contamos con espacios donde circulan pensamientos distintos, contrahegemónicos; desde los cuales podemos resignificar los discursos que se basan en la violencia y en la exclusión. Sólo debemos recordar que tenemos que estar atentos de los productos televisivos que circulan con supuesta inocencia.

Roberto Samar
Licenciado en Comunicación Social

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