martes, 20 de abril de 2010

SOÑAR

Según el filosofo Cornelio Castoriadis las sociedades autónomas son capaces de autocriticarse y de resignificarse. Pueden rediseñar sus leyes y sus normas, porque saben que ellas son su producción. Es decir, si nosotros hicimos este mundo con estas reglas de juego somos nosotros los que podemos modificarlo, solo hace falta que lo deseemos y que impulsemos el cambio.
Opuesto a este modelo se encuentran las sociedades de clausura. En las cuales las verdades son incuestionables y sus reglas no se modifican ni se ponen en tela de juicio. A modo de ejemplo podemos pensar en el mundo medieval, donde la idea de Dios era el fundamento de todas las respuestas.
Una de las diferencias esenciales entre un paradigma y otro es el perfil de los integrantes de la comunidad. Una persona autónoma analiza su vida críticamente y construye el mundo en el que quiere vivir. No es un sujeto que reproduce mecánicamente los análisis de los demás para replicarlos.
Pensando en nuestra historia reciente, en la década del 90 vivimos un momento de clausura. Las reglas de juego las veíamos como incuestionables e inmodificables. Para ejemplificar recordemos dos claras situaciones:
Cuando Juan Pablo Cafiero y Alfredo Bravo intentaron sancionar un proyecto que declaraba la nulidad de las leyes de obediencia debida y punto final, el pánico atravesó a más de un “progresista”. En ese contexto, algunos referentes de la Alianza operaron para frenar el proyecto por miedo a que ese paso les reste votos. Claramente la impunidad de la última dictadura era indiscutible.
En el mismo sentido, recodemos que De la Rua ganó las elecciones diciendo que no iba a tocar la convertibilidad. El modelo económico se tomaba como incuestionable. El concepto del fin de la historia de Francis Fukuyama había atravesado a los sectores mayoritarios de la población por lo cual el neoliberalismo era nuestro único mundo posible.
Sin embargo, el pueblo, la multitud, las mayorías somos siempre los que escribimos la historia. Ya sea para cambiar la reglas de juego o bien para resignarnos y aceptarlas pasivamente.
A partir de diciembre del año 2001 recordamos que la sociedad somos nosotros, por lo cual si queremos la hacemos y modificamos entre todos. En algún punto renació un proyecto de autonomía porque cambiamos las reglas y pusimos nuevas. Salimos a la calle frente al Estado de Sitio. Tomamos las fabricas cuando querían cerrarlas. Exigimos la modificación de la Corte Suprema. Reabrimos los juicios a los militares. Construimos otro modelo de sociedad.
Actualmente, estamos viviendo cambios que parecían imposibles hasta hace pocos años. ¿Quién hubiera pensado en la asignación Universal por hijo sería una realidad? ¿Cuántos fantaseamos durante años con la modificación de la ley de radiodifusión?
Para lograr estos cambios fue imprescindible un colectivo que los peleó. No habría asignación universal sin el FRENAPO, ni tendríamos la ley de medios sin la lucha de los medios comunitarios, ni los Juicios a los genocidas sin los organismos de Derechos Humanos.
En pocas palabras, no hay historia sin pueblo. Somos las mayorías las que construimos nuestros destinos. Seamos autónomos, soñemos otro mundo y hagámoslo.

Roberto Samar
Licenciado en Comunicación Social
Docente del Seminario de Filosofía Política Moderna - UNLZ

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